Triunfo y tragedia en plena fiebre por la velocidad
Teniendo uno de los primeros récords de velocidad en tierra, John Parry Thomas también tiene el récord inevitable de ser el primer piloto en morir al tratar de lograrlo. Ese legado, sin embargo, no logra capturar la brillantez y la humanidad del hombre, a pesar de gozar de una historia de triunfos en plena fiebre por la velocidad.
Era hijo de un vicario y nació en Wrexham, Gales, en abril de 1884. La familia se mudó a la cercana Oswestry cuando tenía cinco años y se educó en la escuela de Oswestry. Thomas estaba fascinado con la ingeniería, razón por la que estudió ingeniería eléctrica en el City & Guilds Engineering College de Londres en 1902. Allí trabó amistad por primera vez con Ken Thomson, quien se convertiría en su asistente en Brooklands. Para 1908, había diseñado una transmisión eléctrica de relación infinita para ser usada en los autobuses, vagones y tranvías de Londres.
Thomas también fue muy solicitado en las juntas asesoras del gobierno durante la Primera Guerra Mundial y, tras numerosos trabajos se tituló como ingeniero jefe de Leyland Motors. Esta investigó la posibilidad de construir un coche de lujo destinado a competir con Rolls-Royce. Se llamó Leyland Eight, y era tan magnífico como caro cuando se presentó en 1920. En total, se fabricaron 14 ejemplares, incluidos dos para el maharajá de Patiala y uno para Michael Collins, el líder revolucionario irlandés.

Pero la afición de Thomas se tornó hacia el mundo de las carreras. Las carreras se volvieron importantes para él y renunció a Leyland para convertirse en piloto profesional. Para ese entonces, Thomas pudo comprar un coche para empezar a batir récords, el Higham Special del Conde Zorowski. Estaba equipado con un motor aerodinámico Liberty de 27.059 cm3, una caja de cambios Benz y una transmisión por cadena. Bautizado como “Babs”, el piloto trabajaría en él con la esperanza de romper el récord de velocidad en tierra en Pendine.
Esto fue en octubre de 1925, pero el clima impidió cualquier posibilidad de batir un récord. Para colmo, Henry Seagrave registró una velocidad de 245,15 km/h. En abril de 1926, Babs fue transportado de regreso a Pendine a expensas de Shell-Mex para otro intento. Después de un par de carreras de calentamiento, Thomas se convirtió en la primera persona en ir a más de 270 km/h (273,5 km/h) gracias a sus más de 400 CV. Fue una azaña, ya que batió el récord anterior en más de 30 km/h con un presupuesto significativamente más bajo.
Porque, quizás el aspecto más sorprendente del récord fue que se lo ganó compitiendo contra equipos significativamente mejor financiados. El coche que eventualmente batió su récord en 1927 era propiedad de Malcolm Campbell, quien supuestamente gastó 10 veces más en su vehículo que lo que Thomas gastó en el Babs. Lo que le permitió competir contra competidores tan bien financiados fue su brillantez en el ámbito ingenieril y su habilidad para hacer sentirse en consonancia con la máquina, como si ambos fuera uno solo.

Cuando Thomas compró el coche al adinerado conde por 125 libras (el equivalente 9.500 euros actuales, aprox.), era muy tosco. Era rápido, pero lo modificó ampliamente añadiendo un radiador inclinado con un depósito de cabecera remoto que le permitió bajar la altura del automóvil. Instaló nuevos carburadores, pistones y un nuevo embrague multidisco que él mismo había diseñado y construido. Así se convirtió en un serio cazador de récords. Y lo continuó haciendo en los meses sucesivos, viendo como aumentaba la competencia.
En 1927 regresó a Pendine, enfermo de gripe, y con la ayuda del personal de Shell y Dunlop comenzó a preparar el coche. Después de seguir los procedimientos habituales, partió hacia la playa en una carrera cronometrada. El coche patinó, dio varias vueltas y luego giró para quedar de cara al mar. La escena para los primeros en llegar no era bonita: Thomas aún estaba en el coche, cortes profundos en el cuello, parcialmente decapitado y en llamas. El veredicto del forense fue muerte accidental y fue enterrado en Surrey.
Afortunadamente, gracias al enorme trabajo de un profesor galés en los años 60, el automóvil volvió a funcionar y ocasionalmente se utiliza en eventos como el Festival de la Velocidad de Goodwood. Aunque la vida de Parry Thomas llegó a su final, es bueno que su parte en la historia del automóvil se pueda expandir más allá de ser simplemente la primera persona en morir persiguiendo el récord de velocidad en tierra, como argumenta un nuevo vídeo del canal de YouTube Scarf and Goggles.

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