Un diablo nacido en los años 20 para cazar récords
Mefistófeles es un demonio del folclore alemán, así como el título de una clásica ópera italiana del compositor Arrigo Boito inspirada a su vez en la obra homónima de Goethe, dramaturgo, novelista poeta y naturalista alemán, y un gran contribuyente del Romanticismo. Sin embargo, también es una de las denominaciones comunes para referirse a Satanás. Pero en esta ocasión no nos referimos a un subalterno del Diablo, sino al Fiat SB4 “Mefistofele”.
En 1908, la compañía italiana presentó un coche de carreras (Grand Prix) movido por cadena al que bautizaron como SB4. Aunque en sus primeros años fue un coche relativamente exitoso, a la entrada de los “felices 20” ya se había quedado un tanto anticuado. Pero también se trataba de la época de los llamados “gentleman drivers”, nobles y burgueses que veían en las carreras y en la velocidad punta una forma de satisfacer su sed de gloria y aventura. Ernest Eldridge era uno de esos pilotos, y quiso dejar su nombre impreso.
Nacido en 1897 en la alta burguesía londinense, Eldridge abandonó sus estudios para luchar en la Primera Guerra Mundial (1914-1917), un conflicto con el que tuvo su primer contacto con el mundo del automóvil siendo conductor de ambulancias (aunque hay historias que cuentan que también sirvió para el Cuerpo de Artillería Francés). Después de este conflicto bélico, Eldridge vivió con intensidad sus dos grandes pasiones, la aviación y los deportes del motor. Así nacería el proyecto “Mefistófeles” en 1922 y el hambre de récords.

Ese mismo año, John Duff, un compatriota suyo, competía en de Brooklands, Reino Unido, al volante de un Fiat SB4. Durante el transcurso de la carrera, uno de los cilindros explotó, lo que transformó al coche un amasijo de hierros inservible. O al menos eso pensó Duff, puesto que la chatarra fue comprada por Eldridge con la intención de convertirlo en una máquina de récords en consonancia con la filosofía pionera de la época. Todavía no existían talleres especializados, así que Eldridge tuvo que buscarse las castañas para ello.
A la hora de elegir un nuevo corazón mecánico, Eldridge acogió un motor de avión modificado, concretamente el bloque de seis cilindros en línea A.12 de origen Fiat. Esta unidad, con 21.706 cm3, era la misma que se encargaba de hacer despegar aviones de reconocimiento como los SIA 7B y los Fiat R2, o bombarderos como el Caproni Ca.46. Dado que no era tarea fácil montar semejante propulsor en un “viejo” coche de competición, su carrocería fue rediseñada a partir de los restos de un autobús londinense abandonado.

En el apartado mecánico, el piloto británico modificó las cámaras de los cilindros para dotarlos de cuatro válvulas y de bujías cortesía de Magneti Marelli. El resultado era un monstruo capaz de desarrollar 320 CV a 1.800 RPM −con una relación de compresión de 5:1− y que producía un sonido infernal gracias a un sistema de escape libre de silenciadores y catalizadores. De hecho, de ahí viene su apodo. La energía se enviaba a las ruedas traseras y las detenciones quedaban a cargo de un único freno −de mano− sobre el eje posterior.
Está claro que las medidas de seguridad no eran un punto importante, puesto que confiar en un solo juego de zapatas −freno de tambor− para hacer parar una masa de 1.780 kilos y más de cinco metros −5.091 mm− era cuanto menos arriesgado. Eso sin mencionar que la dotación de elementos de seguridad destacaba por su ausencia. Aquí no había una carrocería deformable o una jaula antivuelco. Lo único a lo que el piloto podía sujetarse era al volante, sin “moderneces” como el cinturón de seguridad o airbag; el casco era opcional.

Una vez finalizada su metamorfosis, el Fiat SB4 “Mefistofele” de Eldrige logró batir el récord de velocidad a kilómetro lanzado el 5 de julio de 1924, manejado por el piloto británico. La hazaña se llevó a cabo en la Route Nationale 20, cerca de la región de Arpajon, Francia, donde alcanzó una velocidad de 230,55 km/h en la pista de tierra. Era un nuevo récord mundial que superaba a rivales como René Thomas y su Delage V12 “La Torpille” de 10,5 litros y 350 CV. Sin embargo, Delage y Thomas reclamaron con éxito la falta de marcha atrás.
Este era un requisito para homologar la plusmarca y, al siguiente día, el dúo francés batiría el récord con una punta de 230,63 km/h. Pero esto no desanimó a Eldridge que, con la ayuda de un herrero local, logró incorporar un dispositivo de marcha atrás para su bólido. El 12 de julio de 1924, el SB4 “Mefistofele”, con a su ominoso humo y las explosiones que salían del escape, estableció el récord mundial de velocidad en tierra en ese mismo tramo al alcanzar una punta de 234,98 km/h. Esta cifra le haría pasar a los libros de historia.

Fue el último récord de velocidad batido en la vía pública. Dos de sus marcas, los 234,98 km/h en el primer kilómetro y los 234,75 km/h en la primera milla con salida parado siguen vigentes. El motivo de que siguen siendo récords es que, por seguridad, poco tiempo después se dejaron de registrar récords oficiales en carretera abierta y comenzaron a hacerse en circuitos o pistas cerradas y controladas. Y, como estos, el Fiat SB4 “Mefistofele” sigue vivo, y puede visitarse en persona en las instalaciones del Centro Storico Fiat en Turín, Italia.

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